Si bien la inmortalidad es inalcanzable, no obsta para que nos interroguemos cada vez
con mayor frecuencia ¿qué sentido puede tener que el hombre tenga una vida más
longeva si carece de autonomía? La reflexión gira en torno a las posibles
consecuencias que puede tener la prolongación de la edad, sin que se mejoren las
condiciones y la calidad de vida del adulto mayor y sin que sea rescatado del
aislamiento social para reinsertarlo en la actividad social y productiva.
La antigua creencia según la cual la vejez era sobre todo fuente de enfermedad y
declive psicofísico, conduce a infravalorar los aspectos positivos de esta etapa de la
vida (sabiduría, ecuanimidad, experiencia, conocimiento, patrimonio afectivo) y
contribuye a perpetuar comportamientos de renuncia, resignación, que minan la
confianza de las propias potencialidades. Queda claro que una situación de abandono,
solo puede dar lugar a graves problemas prácticos y económicos para las personas y
las familias. Por ello, es importante destacar que la enfermedad se puede prevenir
hasta cierto punto, así como también un envejecimiento saludable. Por lo tanto, es una
responsabilidad personal ineludible, que las personas que se encuentran en la etapa
de la medioscencia (50-60 años) tomen en serio el control de su salud y adquieran
conciencia de que las enfermedades y deterioros físicos y cognitivos, son fruto del
estilo de vida que han llevado y actualmente viven.
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